La igualdad será de valores o no será


Hola, apreciado lector. Hace año y medio que no escribo, pero nunca es tarde para volver, sobre todo con todo lo que está pasando en España estos últimos meses, y especialmente estas últimas semanas por el día de la mujer. Aunque ya no esté allí, Twitter (dentro de sus límites) me informa cada día.

Empezaré diciendo que me cuesta creer, o más bien aceptar, muchas noticias y vídeos que están relacionadas de alguna manera con la «derecha trifálica» (nombre que vi por ahí y me encantó) y sus seguidores. Cada persona tiene una visión del mundo condicionada por la gente y el contexto que les rodea, y yo, por suerte o desgracia, estoy rodeada de gente bastante parecida a mí. Esto hace que dé muchas cosas por hechas o, al contrario, por impensables, y me sigo sorprendiendo al ver el respaldo que tienen algunas afirmaciones que son mentira y no están justificadas de ninguna manera. ¿Cómo es posible que haya gente que siga sin entender lo que es el feminismo? ¿Que siga creyendo que hay muchísimas denuncias de maltrato falsas? ¿Que siga creyendo que la igualdad real existe?

Creo que todos estamos de acuerdo en que en España, como en Francia o el resto de países ricos, no hay diferencias abismales entre el hombre y la mujer, pero sí muchísimos (muchos, muchos, incontables) pequeños detalles, invisibles para mucha gente (y aquí hablo tanto de hombres como de mujeres) por estar asumidos en la sociedad. Por eso no es válido el famoso argumento antifeminista de «dime qué derechos tiene el hombre que no tenga la mujer». Pues en teoría y sobre el papel, probablemente poquísimos. Pero estamos hablando de la práctica, de derechos reales.



Os traigo un pequeño recopilatorio de anécdotas que demuestran que no está todo ganado en el día a día:
  • Hace un par de años alquilé una barca con mi novio para pasearnos por un canal. El barquero le dio los remos a él directamente, los dos. Algunos dirán que qué exagerada soy, que veo problemas donde no los hay, pero estoy segura de que este barquero, cuando hay una pareja, siempre le da los remos a él. Evidentemente luego yo cogí uno de los remos y fuimos remando los dos a la vez, porque no me veo yo sentada en la barca tocándome la seta mientras mi novio rema una hora, que no soy manca. ¿Alguien ve lógico que, habiendo dos personas igual de capaces para hacer algo, sea una la que haga todo mientras la otra mira?
  • Esto es probable que me haya pasado varias veces, pero me acuerdo especialmente de una ocasión hace también un par de años. Fuimos a un restaurante y de primero pedimos una ensalada y otra cosa que no recuerdo. El camarero, sin preguntar, me plantó la ensalada a mí y lo otro a mi novio. Lo mismo pasó con el segundo plato, el pescado para mí y la carne para él. Por no hablar del vino: cuando pides una botella, el camarero la abre delante de ti, sirve un poco en la copa de uno de los comensales para que lo pruebe y, si le gusta, entonces se deja la botella. Ni una sola vez han preguntado, el vino siempre ha ido a la copa de mi novio.
  • Luego tenemos el día en que, cuando volvía a casa por la noche con una amiga, dos gilipollas nos siguieron hasta el andén del metro, hablándonos y preguntándonos cosas, y hasta me tocaron el culo. Esto es lo peor que me ha pasado y dando gracias, pero no me hizo ni puta gracia. ¿A cuántos hombres conocéis que hayan pasado por situaciones parecidas?
  • Podría seguir sin fin con temas como el cuidado de los hijos, la presión por el aspecto físico, el deporte, la violencia machista, etc.

Hace poco leí un hilo en Twitter publicado por una mujer que había llamado a posibles candidatos para un puesto de importancia que quería cubrir. Sabía que todos los candidatos a los que llamaba estaban preparados para el trabajo, porque los conocía. Al parecer, la mayoría de hombres estaban dispuestos a aceptar sin dudarlo, mientras que las mujeres contestaban cosas del tipo «es un puesto muy importante, no estoy segura de estar a la altura». Estamos tan acostumbradas a que nos releguen a un segundo plano, a pasar por detrás de los hombres, que a veces dudamos de nuestras capacidades. Tan acostumbradas a ver que los patrones de comportamiento que llevan al éxito (¿qué es el éxito?) son masculinos, que sentimos que esos valores son la referencia.

Muchas de las mujeres que triunfan, tanto en la ficción como en la realidad, a menudo son presentadas como mujeres de hierro, mujeres con una actitud masculina. Si no dejas de lado tus características débiles, las femeninas, nunca vas a poder conseguir llegar a nada importante. Ese es el mensaje. El hecho de que cada vez más mujeres ocupen cargos importantes es muy positivo, pero no constituye un avance real si ese ascenso es a costa de la feminidad, porque esto significa que los valores de referencia, aunque adoptados por mujeres, siguen siendo masculinos. Significa que para triunfar hay que imitar al hombre, que la conciencia social sigue viendo la masculinidad como referente.


La igualdad no reside solo en los derechos, en el salario, en el vocabulario que utilizamos o en el reparto de tareas domésticas; ni siquiera en detalles como los de las anécdotas que he contado antes. Se necesita un cambio profundo de «jerarquía» de valores. No tenemos que enseñar a las mujeres que hay que ser de hierro para triunfar, debemos enseñar a todo el mundo que otros valores son posibles. Que el liderazgo, la sangre fría, el riesgo, la autoridad o el pragmatismo están bien, pero que la empatía, el saber ceder, el cariño, la comprensión u otros valores más asociados a lo femenino están igual de bien, no son indicadores de debilidad. No son rasgos que hay que anular ni de los que hay que avergonzarse. Muchas veces conducen a soluciones mejores.

Si esto ocurriera, si los valores cultural e históricamente asociados a lo femenino fueran igual de válidos que los masculinos, las mujeres ganaríamos mucho, pero no seríamos las únicas. Porque entonces todas las personas con esos valores, no solo las mujeres, serían más valoradas. Los hombres dejarían de sentir presión por tener que encajar en el rol masculino impuesto. Podrían mostrarse débiles o sentimentales sin miedo a que se rieran de ellos. No pasaría absolutamente nada si un niño se disfrazara de princesa, las series y películas «para chicas» serían para todo el mundo y seguramente habría más chicos en las clases de zumba. Todos seríamos más libres de elegir lo que realmente nos gusta, lo que encaja con nosotros, y no lo que la sociedad nos obliga a elegir. ¿Qué tipo de persona se opondría a esto?

Comentarios

Entradas populares