Solo se vive una vez

Esto es una nota para que quede constancia de que me he dado cuenta varias veces en la vida (y cada vez más), de repente, de que un día moriré. No entiendo muy bien cómo uno se puede dar cuenta de la misma cosa más de una vez, pero este, la muerte, es un hecho invisible y silencioso que parece hacernos una foto de vez en cuando para cegarnos con el flash y dejarnos paralizados unos segundos, conscientes de que este paseo un día acabará. Luego recuperamos la vista, lo olvidamos y seguimos como si nada. Afortunadamente.


No interpretéis este texto como algo pesimista o catastrofista; veo la fecha de caducidad de este viaje de ida tan especial como algo bueno. Hay personas, entre ellas yo, que no son capaces de estudiar si no es bajo presión. Si no tuviéramos un examen de vida al cabo de (si todo va bien) 80 o 90 años, quién sabe si a lo mejor nunca estudiaríamos. Como cuando tienes todo un domingo por delante y no lo aprovechas precisamente por exceso de tiempo, a lo mejor nunca llegaríamos a vivir de verdad.

Y eso es algo que cada vez me gusta más, vivir. Según vas acumulando experiencias y madurando, vas aprendiendo a disfrutar más y más. Eliminas toda la paja y las tonterías que quizá te preocuparan antes, o te hicieran dudar, y te quedas con el grano, con lo único nutritivo, y lo saboreas con confianza, sacándole todo el jugo posible.

Cuanto más aprendes, menos dudas tienes. Cuantas menos dudas tienes, más disfrutas. Cuanto más disfrutas, más centrado estás en el presente. Cuanto más centrado estás en el presente, menos consciente eres del paso del tiempo. Y más rápido pasa. Y no te das ni cuenta.

Y de repente una tarde, muerta de sueño, sin previo aviso llega el flash del que hablaba antes y caes en todo esto. En que si todo sigue así, va a ser una carrera a una velocidad vertiginosa que irá en aumento hasta que... ¡PAF! Todo desaparezca. Bajen del trenecito, señores, el viaje se ha acabado.


¿Frenamos entonces? Si freno, veré bien todo el paisaje, cada montaña, cada nube, cada lago. El viaje será más largo. Pero seré más consciente del tiempo. Y por tanto más consciente de que un día se acabará. Y ser conscientes de ello nos impediría vivirlo del todo.

Como cuando sabes que un amigo se va de la ciudad la semana que viene y, cada vez que lo ves, no disfrutas del todo porque solo piensas en que lo vas a perder.
Como cuando te compras una camiseta y se queda en un cajón, por miedo a que se estropee.
Como cuando esperas al momento adecuado para todo, y acabas no haciendo nada.

Curiosamente es cuando el paisaje está borroso cuando más lo disfrutamos. Porque el disfrute no viene de contemplar el paisaje, sino de vivirlo, de dejar que el vagón avance y nos lleve, de sentir ese vuelco en el estómago cada vez que haya una caída pronunciada, esa desorientación cada vez que nos encontremos bocabajo y esa sorpresa cada vez que cojamos una curva inesperada.

Siento decirlo, pero no tienes todo el tiempo del mundo. Solo tienes un viaje, aprovéchalo. Súbete al vagón delantero, baja la barra, levanta los brazos, cierra los ojos y que venga lo que quiera. Ah, y si te ciegue el flash, no te asustes... ¡Sonríe para la foto!

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Y como me ha quedado una cosa como muy seria y la seriedad me gusta lo justo, voy a destrozarme yo sola la entrada con un temazo de ayer, hoy y siempre que viene a decir lo mismo que yo, pero de una manera más "salá".



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