Mudarse de vida


Cuando hablamos de una mudanza, creo que todo el mundo piensa en un camión grande donde se van a transportar todos los enseres de una casa, en interminables y estrechas escaleras por donde habrá que bajar el sofá, en decenas de cajas de cartón donde guardaremos los libros y la ropa... En definitiva, en un traslado de objetos y personas de una casa a otra. La mayoría de veces es en la misma ciudad y el motivo es irse a una casa mejor por el tamaño o la zona o trasladarse a vivir con alguien diferente, como tu pareja o unos amigos con los que compartirás piso.


Acostumbrarse a una casa nueva ya es de por sí un cambio relativamente importante en la vida, sobre todo si la que acabas de dejar atrás ha sido tu casa de siempre o una en la que has pasado muchos años. La luz no es la misma, lo primero que ves al abrir los ojos cada mañana no es lo habitual y la calle que hay al otro lado de la puerta del portal parece extraña. Sabes dónde estás, sabes que es tu casa, pero no es tu hogar. Con el tiempo lo será, pero aún no.

Ahora imagínate que, además de casa, cambias de trabajo en el mismo día. Tendrás la sensación de una vida totalmente nueva. Tu recorrido casa-trabajo-casa será otro y por las tardes, cuando te reúnas con tu familia o tus amigos, les contarás cómo te va esa nueva vida, si te gusta tu trabajo, los cuadros que estás comprando para tu casa nueva. Pero al cabo de unas semanas, tu nuevo trabajo ya no será nuevo y tu casa se habrá convertido en tu hogar. Sigues en la misma ciudad, con el mismo clima, los mismos amigos de siempre, el mismo idioma. La misma comida, la misma luz, las mismas emisoras de radio, los mismos horarios, las mismas cajeras del supermercado. Sigues en tu ambiente, solo ha habido unos cambios circunstanciales. Si fueras un arbusto, te habrían podado. Sin más.

Pero luego están las mudanzas en las que te arrancan de raíz. Y tú estabas tan arraigado que te llevas contigo toda la tierra de alrededor, para ir tirando en tu nuevo terreno. Si te vas temporalmente no hay problema; la tierra que te has llevado junto con un poco de la nueva bastará para subsistir hasta que te saquen sin ninguna dificultad de tu casa temporal y te replanten, otra vez de raíz y bien estable, en tu tierra de siempre. Da igual si la tierra temporal no te gusta, vas a volver. Lo chungo viene cuando se te acaba la tierra de casa y parece que nadie viene a recogerte para llevarte de vuelta. Es entonces cuando hay que tomar medidas drásticas.

Mudanza de vida. Y esa es una mudanza mucho más consciente, que requiere de un cambio de espíritu y de una voluntad mayor a la necesaria para dejar de fumar o ponerse a dieta, por nombrar cosas casi imposibles de conseguir para la mayoría de los mortales. Implica prácticamente mandar al traste todo lo anterior y empezar una nueva vida desde cero. Esto ya no tiene nada que ver con acostumbrarse a una casa, un trabajo o una ciudad. No es nada material. No hay nada que puedas meter en una caja y trasladar contigo. Eres tú por dentro el que se tiene que mudar.

Es la decisión de reconstruirte. De hacerte con cosas familiares. Te toca buscar la cafetería donde irás todas las semanas con tu mejor amiga (uy, ¿qué mejor amiga? Eso también te toca buscarlo), el gimnasio al que irás un par de veces por semana, la librería en la que perderte de vez en cuando, el parque al que ir a pasear los domingos, el grupo de amigos con el que sales de fiesta, tu peluquería... Aunque, al fin y al cabo, si eres una persona activa y abierta, estas cosas no cuestan demasiado. 

Lo más difícil es saber dejar atrás la idea de temporalidad, el eterno "cuando vuelva". Tendrás que aprender a vivir como si nada hubiera cambiado aunque todo haya cambiado. Cambiar las tornas en navidad y usar el verbo "volver" para el viaje de vuelta a tu actual ciudad y no para el de ida a tu ciudad anterior; no volver a casa por navidad, sino volver a casa tras la visita de navidad a tu antigua casa. Tendrás que pensar en comprarte un coche aquí, en seguir estudiando aquí, en comprar chorradas para tu casa de aquí. Tendrás que librarte del típico pensamiento de "para qué quieres esto, si luego no te lo vas a poder llevar en la maleta". Pues lo quieres para tu casa, ni más ni menos.

Paciencia, será duro y llevará años. Porque en esta mudanza tienes 38 693 cajas que se rompen por el peso, desparramando el contenido; tienes trece pisos sin ascensor por los que bajar el sofá; y, sobre todo, un camión que traslada las cosas a 25 km por hora, que para colmo pilla atascos, sufre averías y está conducido por un novato. Pero al final, se consigue.

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