Mi road trip en Yucatán (V): Valladolid y Chichén Itzá
Quinta entrega de la serie "Mi road trip de dos semanas en Yucatán".
En la última entrega visitasteis conmigo una de las antiguas ciudades maya más grandes y misteriosas. Esta vez iremos a una ciudad un poco más moderna, de estilo colonial y habitada actualmente, y luego volveremos a adentrarnos en el mundo maya yendo a Chichén Itzá.
Al salir de Cobá, bien calados y ya prácticamente de noche, fuimos a Valladolid, la primera ciudad relativamente grande y de interior que veíamos. Nos instalamos en el hotel María Guadalupe, un hostalito con aires setenteros y muy horteras (adjunto foto de las sillas horrorosas), pero que hizo el papel, y nos fuimos a dar una vuelta para buscar restaurante para cenar. Acabamos llenándonos el estómago en El atrio del Mayab, al parecer bastante conocido por la comida yucateca (confirmamos: el plato de lomo típico que me pedí estaba muy rico). Era un restaurante situado en la plaza en la que se encuentra la parroquia de San Servacio, que estaba iluminada y es muy bonita de ver de noche. Lástima que lloviera.
Al segundo día fuimos a un pueblecito cercano, Uayma, que aparentemente es una aldea sin más, pero tiene un convento muy original por estar pintado todo su exterior de colores. Ahora está muy desgastado, pero en su día lucía un rojo y un azul brillantes. Luego dimos una vuelta por las calles circundantes, en las que se puede ver cómo vive realmente la gente yucateca en un pueblito perdido y sin muchos recursos: en chozas de estilo maya (cabañas de madera con tejado de palma), sin suelo de obra, con jardines mal cuidados y sin puertas ni ventanas. No era una estampa bonita, porque todo parecía estar sucio y a medio hacer, pero aprecié la oportunidad de ver la otra cara de la región. No sabía que siguiera habiendo viviendas de estilo maya habitadas en la actualidad, y tantísimas, además.
Después de aquello (vaya contraste, ahora que lo pienso), fuimos al cenote Hacienda Selva Maya. Es uno de esos sitios artificiales para turistas, pero muy bien montado: una hacienda privada en la que, aprovechando un cenote muy chulo que tienen en el terreno, han montado un bufé y restaurado el jardín y el edificio, así que entras, te bañas y te pones las botas. Consejo: báñate antes, porque después de pasar por ese bufé te arriesgas a hundirte para siempre en el agua y no salir a flote never again.
Y para terminar el día, pasamos la tarde visitando Valladolid. Descubrimos una ciudad pequeña pero simpática: tiene actividad sin ser agobiante, es fácil orientarse porque las calles están en cuadrícula y casi todo son edificios de una o dos plantas de estilo colonial. La calle con más encanto es la calzada de los Frailes, con sus casitas coloridas, sus tiendas de artesanía carísimas para turistas y una casa de estilo maya restaurada. Esta calle desemboca en la fortaleza de San Bernardino, el monumento más emblemático de la ciudad. Tras una visita al convento y una vuelta por el centro para verlo de noche, volvimos al hotel (sin cenar, aún estábamos digiriendo el banquete de mediodía), ya que al día siguiente tocaba madrugar para ir a...
Chichén Itzá. ¡Por
fin llegamos a la estrella del país! Fuimos a la hora de apertura,
porque es una LOCURA la cantidad de autobuses que llegan justo después, cuyos
ocupantes se plantan con el guía alrededor de la pirámide principal y ya
olvídate de hacer fotos decentes. Además, a partir de media mañana aquello se
transforma en un mercadillo de souvenirs con acosadores por doquier que
vocean "One dollar" a todas horas y hacen la experiencia algo desagradable. Pero tampoco qiero quitaros la ilusión, el sitio merece la pena a pesar de esto, por supuesto.
Es enorme y tiene muchas construcciones muy imponentes y bien conservadas. Nada más llegar te encuentras con la majestuosa pirámide, altísima y con serpientes de piedra que descienden por las aristas. Pasan varios fenómenos curiosos en esta pirámide (y en otras pirámides maya) que se pueden explicar científicamente, sí, pero a mí me explota la cabeza porque no entiendo cómo los señores de aquella época podían saber y hacer estas cosas. Por ejemplo, si te pones frente al edificio y das una palmada fuerte, el sonido rebota y la pirámide te lo devuelve en forma de graznido de papagayo, un ave muy común en Yucatán y sagrada en la cultura maya. Otra cosa que ocurre es que, durante los equinoccios, la luz del sol pasa por el templete que hay en la cima de la pirámide de tal manera que la serpiente de las aristas se ilumina y parece que cobre vida. Repito: me explota la cabeza.
Hay otros dos edificios que recuerdo con bastante claridad. Uno es el juego de pelota, el más grande que vi y cuyos relieves siguen siendo evidentes. Si nos fijamos bien, transmiten muchos detalles sobre la cultura maya y el funcionamiento del juego, como el hecho de que había sacrificios por decapitación o extracción de corazón al final del juego (no está claro si del capitán del equipo ganador o perdedor); o que los equipos estaban formados por siete jugadores que golpeaban la pelota con las caderas y los antebrazos. El otro es el grupo de las mil columnas (que en relidad son unas 200, pero eso no quedaba tan bien).
Solo os digo que me quedé tan fascinada por la cultura maya que, al volver a Europa, me compré el Popol Vuh (podríamos llamarlo la Biblia maya) para ahondar en la mitología. Admito que no me enteré de la mitad de las cosas, a pesar de todas las notas de autor, pero no dejó de ser interesante aprender más sobre sus dioses, su concepción del mundo por capas (inframundo-superficie-cielo) y la importancia que le daban a los astros.
Podría estar hablando y leyendo sobre esta cultura sin parar, pero voy a dejarlo aquí. En la próxima entrega habrá más: visitaremos Mérida, la ciudad más grande de Yucatán, y Uxmal, la última ciudad antigua maya que veríamos en el viaje.
RESUMEN PRÁCTICO DE ESTA ETAPA
¿Qué visitamos?
¿Dónde dormimos?
¿Dónde comimos?
Otros datos prácticos
Para ver el resto de entregas, haz clic aquí.
En la última entrega visitasteis conmigo una de las antiguas ciudades maya más grandes y misteriosas. Esta vez iremos a una ciudad un poco más moderna, de estilo colonial y habitada actualmente, y luego volveremos a adentrarnos en el mundo maya yendo a Chichén Itzá.
Al salir de Cobá, bien calados y ya prácticamente de noche, fuimos a Valladolid, la primera ciudad relativamente grande y de interior que veíamos. Nos instalamos en el hotel María Guadalupe, un hostalito con aires setenteros y muy horteras (adjunto foto de las sillas horrorosas), pero que hizo el papel, y nos fuimos a dar una vuelta para buscar restaurante para cenar. Acabamos llenándonos el estómago en El atrio del Mayab, al parecer bastante conocido por la comida yucateca (confirmamos: el plato de lomo típico que me pedí estaba muy rico). Era un restaurante situado en la plaza en la que se encuentra la parroquia de San Servacio, que estaba iluminada y es muy bonita de ver de noche. Lástima que lloviera.
Las sillas horrorosas con forma de mano |
Al segundo día fuimos a un pueblecito cercano, Uayma, que aparentemente es una aldea sin más, pero tiene un convento muy original por estar pintado todo su exterior de colores. Ahora está muy desgastado, pero en su día lucía un rojo y un azul brillantes. Luego dimos una vuelta por las calles circundantes, en las que se puede ver cómo vive realmente la gente yucateca en un pueblito perdido y sin muchos recursos: en chozas de estilo maya (cabañas de madera con tejado de palma), sin suelo de obra, con jardines mal cuidados y sin puertas ni ventanas. No era una estampa bonita, porque todo parecía estar sucio y a medio hacer, pero aprecié la oportunidad de ver la otra cara de la región. No sabía que siguiera habiendo viviendas de estilo maya habitadas en la actualidad, y tantísimas, además.
El convento de Uayma |
Después de aquello (vaya contraste, ahora que lo pienso), fuimos al cenote Hacienda Selva Maya. Es uno de esos sitios artificiales para turistas, pero muy bien montado: una hacienda privada en la que, aprovechando un cenote muy chulo que tienen en el terreno, han montado un bufé y restaurado el jardín y el edificio, así que entras, te bañas y te pones las botas. Consejo: báñate antes, porque después de pasar por ese bufé te arriesgas a hundirte para siempre en el agua y no salir a flote never again.
El cenote, muy bonito pero algo sucio |
Y para terminar el día, pasamos la tarde visitando Valladolid. Descubrimos una ciudad pequeña pero simpática: tiene actividad sin ser agobiante, es fácil orientarse porque las calles están en cuadrícula y casi todo son edificios de una o dos plantas de estilo colonial. La calle con más encanto es la calzada de los Frailes, con sus casitas coloridas, sus tiendas de artesanía carísimas para turistas y una casa de estilo maya restaurada. Esta calle desemboca en la fortaleza de San Bernardino, el monumento más emblemático de la ciudad. Tras una visita al convento y una vuelta por el centro para verlo de noche, volvimos al hotel (sin cenar, aún estábamos digiriendo el banquete de mediodía), ya que al día siguiente tocaba madrugar para ir a...
Fortaleza de San Bernardino |
La pirámide principal, conocida como el Castillo, cuando aún no había nadie |
Es enorme y tiene muchas construcciones muy imponentes y bien conservadas. Nada más llegar te encuentras con la majestuosa pirámide, altísima y con serpientes de piedra que descienden por las aristas. Pasan varios fenómenos curiosos en esta pirámide (y en otras pirámides maya) que se pueden explicar científicamente, sí, pero a mí me explota la cabeza porque no entiendo cómo los señores de aquella época podían saber y hacer estas cosas. Por ejemplo, si te pones frente al edificio y das una palmada fuerte, el sonido rebota y la pirámide te lo devuelve en forma de graznido de papagayo, un ave muy común en Yucatán y sagrada en la cultura maya. Otra cosa que ocurre es que, durante los equinoccios, la luz del sol pasa por el templete que hay en la cima de la pirámide de tal manera que la serpiente de las aristas se ilumina y parece que cobre vida. Repito: me explota la cabeza.
Hay otros dos edificios que recuerdo con bastante claridad. Uno es el juego de pelota, el más grande que vi y cuyos relieves siguen siendo evidentes. Si nos fijamos bien, transmiten muchos detalles sobre la cultura maya y el funcionamiento del juego, como el hecho de que había sacrificios por decapitación o extracción de corazón al final del juego (no está claro si del capitán del equipo ganador o perdedor); o que los equipos estaban formados por siete jugadores que golpeaban la pelota con las caderas y los antebrazos. El otro es el grupo de las mil columnas (que en relidad son unas 200, pero eso no quedaba tan bien).
Yo, modelo, delante del conjunto de las mil columnas |
Solo os digo que me quedé tan fascinada por la cultura maya que, al volver a Europa, me compré el Popol Vuh (podríamos llamarlo la Biblia maya) para ahondar en la mitología. Admito que no me enteré de la mitad de las cosas, a pesar de todas las notas de autor, pero no dejó de ser interesante aprender más sobre sus dioses, su concepción del mundo por capas (inframundo-superficie-cielo) y la importancia que le daban a los astros.
Podría estar hablando y leyendo sobre esta cultura sin parar, pero voy a dejarlo aquí. En la próxima entrega habrá más: visitaremos Mérida, la ciudad más grande de Yucatán, y Uxmal, la última ciudad antigua maya que veríamos en el viaje.
RESUMEN PRÁCTICO DE ESTA ETAPA
¿Qué visitamos?
- Valladolid (calzada de los Frailes, fortaleza de San Bernardino (20 o 30 pesos))
- Uayma (convento y pueblo, gratuito)
- Chichén Itzá (unos 24 €)
¿Dónde dormimos?
- Hotel Maria Guadalupe (30 € la hab. doble)
¿Dónde comimos?
- El Atrio del Mayab (unos 15 €/persona)
- Hacienda Selva Maya (235 pesos bufé + cenote, unos 12 €)
Otros datos prácticos
- Id a Chichén Itzá a primera hora, luego se masifica
- Para comer lo mejor es llevar bocadillos y comer dentro
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