Mi road trip en Yucatán (III): Tulum y la reserva de Sian Ka'an
Tercera entrega de la serie "Mi road trip de dos semanas en Yucatán".
Después de hablaros en la segunda entrega sobre los dos cenotes increíbles que vimos y el parque Xcaret, que nos sorprendió para bien, ahora toca la siguiente parada: Tulum.
Tulum es la ciudad más hípster de las que vimos. Es fea, para qué vamos a mentir, pero tiene mucha animación y es agradable pasear por ella. La avenida principal está plagada de bares y restaurantes hípsters para guiris, todo está en inglés y el personal de hecho suele ser extranjero y dirigirse a los turistas directamente en inglés. Como ciudad en sí nos la podríamos saltar, pero merece mucho la pena usarla como base para ver ciertas cosas interesantísimas que hay alrededor. Y bueno, en Yucatán da igual que el sitio en sí sea feo: hace calor y sol, se come de maravilla y la playa está cerca. Ya tienes todo eso garantizado.
Al llegar, de noche como ya es costumbre, nos instalamos en L'Hotelito. Monísimo, con una especie de jardín tropical en el interior y una dueña (guiri, of course) muy simpática; lo malo era que nuestra habitación era muy ruidosa por la noche porque daba a la avenida principal. Dejamos las mochilas y fuimos a explorar el centro, que como ya he dicho estaba plagado de sitios hípsters, y a uno de ellos fuimos a cenar. Un vegetariano que estaba riquísimo, La hoja verde. Estábamos cansados y el día siguiente venía cargadito, así que de ahí directos a dormir.
Al día siguiente queríamos visitar la reserva de Sian Ka'an, a la que solo se puede acceder por dos puntos si mal no recuerdo. Elegimos el más interesante de los dos, el que pasa por la zona arqueológica de Muyil.
Esta zona arqueológica no es muy grande, pero tiene la ventaja de ser poco conocida y estar prácticamente vacía. Puedes visitarla a tu ritmo, oyendo solo el canto de los pájaros (y a veces algún mono desplazándose por las copas de los árboles) y explorando los recovecos del lugar. Una vez la has visitado entera y llegas al fondo, se descubre un sendero mediante el que puedes acceder directamente a la reserva natural de Sian Ka'an. Yo me esperaba un simple camino para ir del punto A al punto B, y me encontré con que la senda ya forma parte de la reserva natural y con que es una atracción con derecho propio.
El terreno que atraviesa es pantanoso, así que todo el camino es una pasarela de madera sumida en la sombra, porque las copas de los árboles apenas dejan pasar un rayo de sol. Se pueden ver bastantes animales y hay una torre vigía de madera con unas vistas alucinantes. Tras una media hora de caminata, desembocas en una playa desde la que salen tours en lancha dirigidos por el personal de la reserva (esta es la única manera de ver la reserva). El precio es elevado, creo que unos 35 euros por persona, pero merece la pena porque es de lo más original y divertido que he hecho.
Al llegar, te juntan con otras personas y hay que esperar a que una de las lanchas vuelva. Nosotros acabamos, porque el mundo es así de pequeño, en una lancha con tres andaluces simpatiquísimos que también estaban de vacaciones. Nos pusimos el chaleco salvavidas y el guía arrancó la lancha para atravesar el primer lago a toda velocidad. El sol era cegador y apenas podía abrir los ojos, pero el azul del agua y del cielo eran espectaculares. Al cabo de unos 5 o 10 minutos, llegamos a un marjal, que atravesamos por un canal muy despacito para no molestar a la fauna, y salimos a un segundo lago. Este también lo cruzamos rápido y llegamos a lo que parecía ser nuestro destino, el siguiente marjal.
La lancha ralentizó de nuevo para avanzar despacio por el canal que pasaba entre la vegetación, hasta que se paró delante de una plataforma. Allí, el guía nos dijo que nos quitáramos el chaleco y que nos lo pusiéramos de una manera muy original: metiendo las piernas por los huecos para los brazos, de manera que quedara como un pañal. Al ver el guía que lo mirábamos como si fuera una broma, nos dijo que nos lo pusiéramos y ya, que había una buena razón para hacerlo. Al final dejamos las mochilas y las sandalias, nos pusimos el chaleco-pañal y salimos de la lancha para seguir al guía por un senderito.
Aquí vino lo bueno: hay un canal, que al parecer crearon los mayas en su día, que tiene una suave corriente natural. Bueno, pues el chaleco-pañal hace que, al meterte en el agua, flotes cómodamente como si estuvieses sentado en una silla subacuática invisible ¡mientras te dejas llevar por la corriente! El agua estaba templada y era completamente transparente. No había plantas ni peces en el canal, solo se veía la tierra clarita del fondo, y los laterales estaban cubiertos por las raíces leñosas de los árboles. Fue un paseíto de una media hora muy relajante y muy divertido (esto último en parte por los andaluces que nos habían tocado en el grupo). Por desgracia, la media hora se pasó y tuvimos que salir y recorrer andando por una pasarela la distancia que habíamos hecho flotando.
Con las tonterías, para cuando habíamos vuelto a la entrada de la zona arqueológica eran las cuatro o las cinco de la tarde y moríamos de hambre. Pensábamos que por allí no habría nada y que tendríamos que ir a Tulum a comer, pero dimos con un restaurante allí, en medio de la nada, como un oasis en un desierto. No nos inspiraba mucha confianza porque hasta el momento solo habíamos comido en sitios para turistas (cuánto daño hacen las historias con cagalera de por medio) y no era el caso de este sitio, pero entramos. Estaba completamente vacío, porque quién narices come a las cinco, pero nos atendieron igual (en México te podrás morir de cosas, pero el hambre no es una de ellas, ya os lo digo). Y qué gran acierto: pedimos chilaquiles y sopa azteca, y las dos cosas estaban de escándalo. Yo también me pedí una horchata (bebida de arroz parecida a la horchata valenciana, pero menos empalagosa). Todo por el equivalente de unos 6 euros.
Esa noche queríamos ir a una taquería muy famosa en Tulum pero estaba cerrada, así que acabamos en otra taquería al azar que tenía pinta de servir comida muy grasienta, y así fue. Recuerdo no poder lenvantarme al acabar de cenar, ¡qué manera de comer! Pero estaba rico y el ambiente era muy familiar. Después de eso fuimos a uno de los muchos pubs hípsters en los que tienen música en directo (cumbia la mayoría de las veces) y nos tomamos un mojito con zumo de caña de azúcar recién exprimido.
Al día siguiente, tras un desayuno con fruta tropical fresca, nos dirigimos a la segunda zona arqueológica del viaje, la de Tulum. Es muy conocida por ser la única que está justo al lado del mar; más concretamente en una planicie de césped sobre unos acantilados con unas vistas impresionantes. El contraste del azul del cielo, el verde del suelo y el gris de los edificios es precioso. La verdad es que, aunque los edificios son bonitos y están bien conservados, no dejan demasiada huella. Los atractivos de esta ciudad son sobre todo la ubicación y los colores, además de todas las iguanas que puedes ver tomando el sol o paseándose :)
Quizá podríamos habernos quedado más, pero nos deshidratábamos a un ritmo preocupante. El calor era sofocante porque no hay ni un centímetro de sombra, y aquello estaba llenísimo de grupos de turistas, así que nos fuimos al siguiente destino, otra ciudad en ruinas: Cobá. Pero esto vendrá en la siguiente entrega :)
RESUMEN PRÁCTICO DE ESTA ETAPA
¿Qué visitamos?
¿Dónde dormimos?
¿Dónde comimos?
Otros datos prácticos
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Después de hablaros en la segunda entrega sobre los dos cenotes increíbles que vimos y el parque Xcaret, que nos sorprendió para bien, ahora toca la siguiente parada: Tulum.
Tulum es la ciudad más hípster de las que vimos. Es fea, para qué vamos a mentir, pero tiene mucha animación y es agradable pasear por ella. La avenida principal está plagada de bares y restaurantes hípsters para guiris, todo está en inglés y el personal de hecho suele ser extranjero y dirigirse a los turistas directamente en inglés. Como ciudad en sí nos la podríamos saltar, pero merece mucho la pena usarla como base para ver ciertas cosas interesantísimas que hay alrededor. Y bueno, en Yucatán da igual que el sitio en sí sea feo: hace calor y sol, se come de maravilla y la playa está cerca. Ya tienes todo eso garantizado.
¿Locales? ¿Para qué? Mejor sacar a los chiquillos a ensayar a la calle a las 10 de la noche |
Al llegar, de noche como ya es costumbre, nos instalamos en L'Hotelito. Monísimo, con una especie de jardín tropical en el interior y una dueña (guiri, of course) muy simpática; lo malo era que nuestra habitación era muy ruidosa por la noche porque daba a la avenida principal. Dejamos las mochilas y fuimos a explorar el centro, que como ya he dicho estaba plagado de sitios hípsters, y a uno de ellos fuimos a cenar. Un vegetariano que estaba riquísimo, La hoja verde. Estábamos cansados y el día siguiente venía cargadito, así que de ahí directos a dormir.
Al día siguiente queríamos visitar la reserva de Sian Ka'an, a la que solo se puede acceder por dos puntos si mal no recuerdo. Elegimos el más interesante de los dos, el que pasa por la zona arqueológica de Muyil.
La pirámide principal de Muyil con el autor de todas las fotos que vais a ver en la serie. Menos esta, claro, que la hice yo. |
Esta zona arqueológica no es muy grande, pero tiene la ventaja de ser poco conocida y estar prácticamente vacía. Puedes visitarla a tu ritmo, oyendo solo el canto de los pájaros (y a veces algún mono desplazándose por las copas de los árboles) y explorando los recovecos del lugar. Una vez la has visitado entera y llegas al fondo, se descubre un sendero mediante el que puedes acceder directamente a la reserva natural de Sian Ka'an. Yo me esperaba un simple camino para ir del punto A al punto B, y me encontré con que la senda ya forma parte de la reserva natural y con que es una atracción con derecho propio.
Un ¿zorro? que vimos en la senda |
El terreno que atraviesa es pantanoso, así que todo el camino es una pasarela de madera sumida en la sombra, porque las copas de los árboles apenas dejan pasar un rayo de sol. Se pueden ver bastantes animales y hay una torre vigía de madera con unas vistas alucinantes. Tras una media hora de caminata, desembocas en una playa desde la que salen tours en lancha dirigidos por el personal de la reserva (esta es la única manera de ver la reserva). El precio es elevado, creo que unos 35 euros por persona, pero merece la pena porque es de lo más original y divertido que he hecho.
Al llegar, te juntan con otras personas y hay que esperar a que una de las lanchas vuelva. Nosotros acabamos, porque el mundo es así de pequeño, en una lancha con tres andaluces simpatiquísimos que también estaban de vacaciones. Nos pusimos el chaleco salvavidas y el guía arrancó la lancha para atravesar el primer lago a toda velocidad. El sol era cegador y apenas podía abrir los ojos, pero el azul del agua y del cielo eran espectaculares. Al cabo de unos 5 o 10 minutos, llegamos a un marjal, que atravesamos por un canal muy despacito para no molestar a la fauna, y salimos a un segundo lago. Este también lo cruzamos rápido y llegamos a lo que parecía ser nuestro destino, el siguiente marjal.
Atravesando el primer lago |
La lancha ralentizó de nuevo para avanzar despacio por el canal que pasaba entre la vegetación, hasta que se paró delante de una plataforma. Allí, el guía nos dijo que nos quitáramos el chaleco y que nos lo pusiéramos de una manera muy original: metiendo las piernas por los huecos para los brazos, de manera que quedara como un pañal. Al ver el guía que lo mirábamos como si fuera una broma, nos dijo que nos lo pusiéramos y ya, que había una buena razón para hacerlo. Al final dejamos las mochilas y las sandalias, nos pusimos el chaleco-pañal y salimos de la lancha para seguir al guía por un senderito.
Aquí vino lo bueno: hay un canal, que al parecer crearon los mayas en su día, que tiene una suave corriente natural. Bueno, pues el chaleco-pañal hace que, al meterte en el agua, flotes cómodamente como si estuvieses sentado en una silla subacuática invisible ¡mientras te dejas llevar por la corriente! El agua estaba templada y era completamente transparente. No había plantas ni peces en el canal, solo se veía la tierra clarita del fondo, y los laterales estaban cubiertos por las raíces leñosas de los árboles. Fue un paseíto de una media hora muy relajante y muy divertido (esto último en parte por los andaluces que nos habían tocado en el grupo). Por desgracia, la media hora se pasó y tuvimos que salir y recorrer andando por una pasarela la distancia que habíamos hecho flotando.
Dejándonos llevar por la corriente en pañales |
Con las tonterías, para cuando habíamos vuelto a la entrada de la zona arqueológica eran las cuatro o las cinco de la tarde y moríamos de hambre. Pensábamos que por allí no habría nada y que tendríamos que ir a Tulum a comer, pero dimos con un restaurante allí, en medio de la nada, como un oasis en un desierto. No nos inspiraba mucha confianza porque hasta el momento solo habíamos comido en sitios para turistas (cuánto daño hacen las historias con cagalera de por medio) y no era el caso de este sitio, pero entramos. Estaba completamente vacío, porque quién narices come a las cinco, pero nos atendieron igual (en México te podrás morir de cosas, pero el hambre no es una de ellas, ya os lo digo). Y qué gran acierto: pedimos chilaquiles y sopa azteca, y las dos cosas estaban de escándalo. Yo también me pedí una horchata (bebida de arroz parecida a la horchata valenciana, pero menos empalagosa). Todo por el equivalente de unos 6 euros.
Sí, me he sacrificado para enseñaros los chilaquiles. Mi amor por la comida es más grande que mi ego. |
Esa noche queríamos ir a una taquería muy famosa en Tulum pero estaba cerrada, así que acabamos en otra taquería al azar que tenía pinta de servir comida muy grasienta, y así fue. Recuerdo no poder lenvantarme al acabar de cenar, ¡qué manera de comer! Pero estaba rico y el ambiente era muy familiar. Después de eso fuimos a uno de los muchos pubs hípsters en los que tienen música en directo (cumbia la mayoría de las veces) y nos tomamos un mojito con zumo de caña de azúcar recién exprimido.
Tacos para dar y regalar. Pero nos los zampamos todos. Y los zumos tropicales que no falten. |
Al día siguiente, tras un desayuno con fruta tropical fresca, nos dirigimos a la segunda zona arqueológica del viaje, la de Tulum. Es muy conocida por ser la única que está justo al lado del mar; más concretamente en una planicie de césped sobre unos acantilados con unas vistas impresionantes. El contraste del azul del cielo, el verde del suelo y el gris de los edificios es precioso. La verdad es que, aunque los edificios son bonitos y están bien conservados, no dejan demasiada huella. Los atractivos de esta ciudad son sobre todo la ubicación y los colores, además de todas las iguanas que puedes ver tomando el sol o paseándose :)
Las vistas desde las ruinas de Tulum |
El palacio |
Quizá podríamos habernos quedado más, pero nos deshidratábamos a un ritmo preocupante. El calor era sofocante porque no hay ni un centímetro de sombra, y aquello estaba llenísimo de grupos de turistas, así que nos fuimos al siguiente destino, otra ciudad en ruinas: Cobá. Pero esto vendrá en la siguiente entrega :)
RESUMEN PRÁCTICO DE ESTA ETAPA
¿Qué visitamos?
- Tulum
- Zona arqueológica de Muyil (45 pesos, 2 €)
- Reserva de Sian Ka'an (visita en lancha unos 800 pesos por persona, 40 €)
- Zona arqueológica de Tulum (80 pesos, 4 €)
- Sendero de la reserva entre Muyil y la lanchas (50 pesos, unos 3 €)
¿Dónde dormimos?
- L'Hotelito (unos 40 € hab. doble)
¿Dónde comimos?
- Cenas: La hoja verde (alrededor de 12 € por persona) y Tropi Tacos (unos 5 €)
- Comida: Restaurante Chunyatxche (unos 3-4 € por persona)
- Desayuno: incluido en el alojamiento
Otros datos prácticos
- Para la reserva: llevar gafas de sol, sombrero y camisetas antiUV. No son necesarias las gafas de buceo. Calculad efectivo suficiente.
- Para Tulum: todos los litros de agua que podáis, gafas y sombrero.
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