Mi road trip en Yucatán (I): llegada y Puerto Morelos
Primera entrega de la serie "Mi road trip de dos semanas en Yucatán".
Y la aventura comenzó...
Después de meses de expectativas y semanas de preparación, el día llega: cargados con nuestra mochila, cogemos un tren a París, dormimos en un hotel cutre de aeropuerto y, a las tres de la tarde del día siguiente, sale nuestro avión hacia Cancún.
El vuelo duró unas nueve horas y creía que nunca llegaría a su fin. Era la primera vez que hacía un vuelo tan largo y yo, inocente de mí, me esperaba un avión diferente a los pequeñitos que suelo coger dentro de Europa. Pues no, error. Vale, era más grande, pero tenías el mismo espacio ridículo para las piernas, los asientos eran igual de incómodos y para colmo teníamos una tele común como en los autobuses, que se veía fatal, y además la comida no fue muy abundante que digamos. AirEuropa no dejó el listón muy alto.
Tras esas nueve horas que me parecieron dieciocho, ¡POR FIN llegamos a Cancún! No me podía creer que estuviera tan lejos de mi casa, en tierras latinas tropicales. Llegamos a las 21 o 22 h de allí reventadísimos. Un señor de la empresa de coches de alquiler nos esperaba fuera del aeropuerto para llevarnos a la oficina, en la que nos dieron el coche sin ningún problema. Agotadísimo, hicimos el trayecto de 20 minutos plagado de vallas publicitarias para turistas que nos separaba de la habitación que habíamos alquilado en Puerto Morelos la primera noche. Como allí no teníamos Internet en el móvil, habíamos descargado Google Maps sin conexión, y oye, bendito invento.
Llegamos al pueblo. Unas calles oscuras, a medio asfaltar, sucias y pobladas con casitas pequeñas que parecían chabolas nos dan una primera impresión poco amigable. Pasamos delante del hostal sin verlo, pero dos hombres a los que pregunté nos dijeron dónde estaba y lo encontramos enseguida (dos hombres, por cierto, que serían la mar de normales pero que en ese contexto en mi cabeza eran matones de Pablo Escobar por lo menos). La verja del patio estaba cerrada, y allí estábamos nosotros, recién aterrizados en un pueblucho mexicano que daba miedo, de los nervios, de noche, sin saber muy bien qué hacer. Al final alguien nos debió de oír y salió a abrirnos.
El hostal era el Buenos Días guest house, pero en ese momento no vimos nada de nada porque nos metimos directos a la habitación a morir. El panorama era terrible: estábamos cansados y de mal humor, teníamos muchísima sed y se nos había olvidado comprar agua, y no podíamos dormir por la acumulación de todo esto. La guinda del pastel fue que, en una visita mía nocturna al baño (sin gafas, por fortuna, pero descalza, por desgracia), vi a dos inquilinos borrosos paseándose por el suelo que acabaron de arreglarme la noche. Y eso que soy de Alicante, el paraíso de las cucarachas.
Aquella horrible noche, como todo, tocó fin y dio paso a un sol radiante y al principio de lo que serían dos semanas de felicidad. Como no había agua corriente en nuestra habitación por unas obras (estas cosas son muy normales allí), nos duchamos en la habitación de al lado y después fuimos a desayunar. Descubrimos el hostal, que era precioso: un grupito de dos o tres pequeños edificios alrededor de un patio y una terraza muy alegres y coloridos. Un ambiente de lo más tropical.
Después de ir a comprar agua y de cambiar nuestros euros a pesos, fuimos un rato a la playa. Puerto Morelos en sí es un pueblo de pescadores sin nada especial, pero tiene una playa con muchas barquitas perfecta para empezar a disfrutar de las ansiadas vacaciones después de una noche para olvidar (playa que al parecer es muy interesante para bucear). El plato de nachos que nos comimos justo después en una terraza también nos ayudó a superar el disgusto.
El otro atractivo del pueblo es el jardín botánico. No penséis en los de aquí, pequeños recintos con flores, hierbas aromáticas y zonas arboladas; pensad en una selva y os acercaréis más. Se trataba de un parque gigante y muy frondoso, con árboles altísimos, en el que vimos iguanas, mariposas ¡y hasta monos! También tenía un antiguo campamento chiclero, una casa maya y una torre vigía. Perfecto para ir acostumbrándose a la vegetación, la humedad y la fauna de la zona.
Con
esta agradable y tranquila visita, porque apenas había nadie,
terminamos nuestra estancia en Puerto Morelos y pusimos rumbo a la
siguiente parada: Playa del Carmen, o el Benidorm de Yucatán.
¡Más aventuras en la siguiente entrega!
RESUMEN PRÁCTICO DE ESTA ETAPA
¿Qué visitamos?
¿Dónde dormimos?
¿Dónde comimos?
Otros datos prácticos
Para ver el resto de entregas, haz clic aquí.
Y la aventura comenzó...
Después de meses de expectativas y semanas de preparación, el día llega: cargados con nuestra mochila, cogemos un tren a París, dormimos en un hotel cutre de aeropuerto y, a las tres de la tarde del día siguiente, sale nuestro avión hacia Cancún.
El vuelo duró unas nueve horas y creía que nunca llegaría a su fin. Era la primera vez que hacía un vuelo tan largo y yo, inocente de mí, me esperaba un avión diferente a los pequeñitos que suelo coger dentro de Europa. Pues no, error. Vale, era más grande, pero tenías el mismo espacio ridículo para las piernas, los asientos eran igual de incómodos y para colmo teníamos una tele común como en los autobuses, que se veía fatal, y además la comida no fue muy abundante que digamos. AirEuropa no dejó el listón muy alto.
Acostumbraos a ver este sombrero, mi fiel compañero de viajes |
Tras esas nueve horas que me parecieron dieciocho, ¡POR FIN llegamos a Cancún! No me podía creer que estuviera tan lejos de mi casa, en tierras latinas tropicales. Llegamos a las 21 o 22 h de allí reventadísimos. Un señor de la empresa de coches de alquiler nos esperaba fuera del aeropuerto para llevarnos a la oficina, en la que nos dieron el coche sin ningún problema. Agotadísimo, hicimos el trayecto de 20 minutos plagado de vallas publicitarias para turistas que nos separaba de la habitación que habíamos alquilado en Puerto Morelos la primera noche. Como allí no teníamos Internet en el móvil, habíamos descargado Google Maps sin conexión, y oye, bendito invento.
Llegamos al pueblo. Unas calles oscuras, a medio asfaltar, sucias y pobladas con casitas pequeñas que parecían chabolas nos dan una primera impresión poco amigable. Pasamos delante del hostal sin verlo, pero dos hombres a los que pregunté nos dijeron dónde estaba y lo encontramos enseguida (dos hombres, por cierto, que serían la mar de normales pero que en ese contexto en mi cabeza eran matones de Pablo Escobar por lo menos). La verja del patio estaba cerrada, y allí estábamos nosotros, recién aterrizados en un pueblucho mexicano que daba miedo, de los nervios, de noche, sin saber muy bien qué hacer. Al final alguien nos debió de oír y salió a abrirnos.
Desayuno en el patio del hostal. No me juzguéis, haced el favor. |
El hostal era el Buenos Días guest house, pero en ese momento no vimos nada de nada porque nos metimos directos a la habitación a morir. El panorama era terrible: estábamos cansados y de mal humor, teníamos muchísima sed y se nos había olvidado comprar agua, y no podíamos dormir por la acumulación de todo esto. La guinda del pastel fue que, en una visita mía nocturna al baño (sin gafas, por fortuna, pero descalza, por desgracia), vi a dos inquilinos borrosos paseándose por el suelo que acabaron de arreglarme la noche. Y eso que soy de Alicante, el paraíso de las cucarachas.
Aquella horrible noche, como todo, tocó fin y dio paso a un sol radiante y al principio de lo que serían dos semanas de felicidad. Como no había agua corriente en nuestra habitación por unas obras (estas cosas son muy normales allí), nos duchamos en la habitación de al lado y después fuimos a desayunar. Descubrimos el hostal, que era precioso: un grupito de dos o tres pequeños edificios alrededor de un patio y una terraza muy alegres y coloridos. Un ambiente de lo más tropical.
Después de ir a comprar agua y de cambiar nuestros euros a pesos, fuimos un rato a la playa. Puerto Morelos en sí es un pueblo de pescadores sin nada especial, pero tiene una playa con muchas barquitas perfecta para empezar a disfrutar de las ansiadas vacaciones después de una noche para olvidar (playa que al parecer es muy interesante para bucear). El plato de nachos que nos comimos justo después en una terraza también nos ayudó a superar el disgusto.
La comida mexicana, un gran descubrimiento |
El otro atractivo del pueblo es el jardín botánico. No penséis en los de aquí, pequeños recintos con flores, hierbas aromáticas y zonas arboladas; pensad en una selva y os acercaréis más. Se trataba de un parque gigante y muy frondoso, con árboles altísimos, en el que vimos iguanas, mariposas ¡y hasta monos! También tenía un antiguo campamento chiclero, una casa maya y una torre vigía. Perfecto para ir acostumbrándose a la vegetación, la humedad y la fauna de la zona.
Qué bien vive la jodía |
¡Más aventuras en la siguiente entrega!
RESUMEN PRÁCTICO DE ESTA ETAPA
¿Qué visitamos?
- La playa de Puerto Morelos
- El jardín botánico de Puerto Morelos (100 pesos, unos 5 €)
¿Dónde dormimos?
- Buenos Días gest house (unos 30 € la hab. doble)
¿Dónde comimos?
- Desayuno incluido en el alojamiento
- Restaurante La Sirena (unos 15 €/persona)
Otros datos prácticos
- Alquiler de coche: Price Rental Cars aeropuerto de Cancún
- Casa de cambio: CI Banco en Puerto Morelos
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