Te lo prometo

Me gusta imaginarme la comunicación como una cuerda sostenida por dos personas, una en cada extremo. Si una suelta la cuerda, no hay comunicación posible. Una promesa no deja de ser un proceso comunicativo, con la diferencia de que en su caso la cuerda no se limita a sostenerse entre las manos del emisor y del receptor, sino que los entrelaza, los aprieta como una anaconda, se funde con ellos y crea un todo. Se cierra un contrato.

En ese contrato, hay muchas cláusulas en el aire. Una persona garantiza a otra que va a hacer algo, ofreciendo como aval algo inmaterial (una amistad o simplemente su confianza) y como firma un "te lo prometo", pero no suele precisar en qué condiciones accede al acuerdo. Aunque para ella estén claras, raramente van a coincidir con las que la otra persona (la receptora de la promesa) haya establecido como válidas para que se considere cumplida algún día. A lo mejor el plazo o el sitio no son los mismos para ambos. Por eso es posible que la promesa nunca se vuelva real tal y como las dos partes habían imaginado.

Además de esas condiciones sobrentendidas que difieren entre las partes involucradas, hay otra forma de que una promesa no se cumpla: romperla. Las promesas tienen sentido en un contexto, que puede alterarse y acabar estropeándolas lentamente, como una revista que se moja, se emborrona y se agrieta hasta que, al final, se deshace. Por el contrario, si lo que ocurre es que una de las partes se salta deliberadamente alguna de las cláusulas, las promesas se rompen con violencia, causando estragos a quien había depositado toda su fe en ese algo invisible y tan frágil. En ese contrato verbal y subjetivo.

Porque "prometer" no es más que eso: un verbo. Una palabra. Y las palabras tienen el valor que les queramos dar. La misma cuerda de la que hablábamos al principio puede parecer cómoda, áspera, resistente o asfixiante según a quién esté rodeando. Habrá personas para las que esa atadura sea un refugio seguro en el que quedarse, mientras que otras no dudarán en deshacer el nudo algún día e irse.

Una promesa en sí no quiere decir nada.

Una promesa es una ilusión: es lo que las partes quieran creer.

Una promesa depende de la fe y de la confianza de unos y del valor que confieran a sus palabras los otros.

Así que piénsalo bien antes de prometer. Pero piénsalo mejor antes de confiar.



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